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La UMA son sus egresados: Antonietta Lazzari

Jun 22, 2023

Ha sido maestra de prekinder y kínder en inglés y español en instituciones como el Colegio Integral El Ávila, el Colegio Insight y English For Kids. Cuenta con una doble titulación de Máster en Psicología infantil y adolescente y Coaching y en Inteligencia emocional para niños y jóvenes por parte de la ESNECA Business School de España. Actualmente se desempeña en la docencia de forma innovadora a través de Smartick, un método online de enseñanza que utiliza inteligencia artificial para dictar diferentes materias a niños entre los 4 y los 14 años. Antonietta Lazzari es egresada de Educación de la Monteávila (2011).

Muchas veces me he preguntado qué es el éxito. ¿Es un lugar? ¿Es una acción? ¿Es el dinero? Tengo una memoria muy selectiva, que podría definir como mala, pero hay una cosa que, a pesar de los años, no olvido, y es el concepto de felicidad de Aristóteles que aprendí en la universidad: “es el fin último del hombre”. Eso quiere decir que no es un lugar, ni una acción, ni una persona, ni el dinero… Es todo el cúmulo de procesos que nos hacen tener la ilusión de estar en esa eterna búsqueda, y con el éxito pasa exactamente lo mismo.

Crecí con la idea de un ciclo de vida muy marcado: “Hay que estudiar en el colegio, ir a la universidad, trabajar, tener una familia” y en esa línea de tiempo pasan cientos de cosas que nos hacen estar con alegría suprema y con dolor profundo. Tomamos decisiones que nos llevan a lugares claros y oscuros, crecemos, maduramos, cambiamos de opinión, conocemos gente y nos despedimos de muchas personas. Bailamos, cantamos, nos reímos, lloramos y así va pasando la vida, la misma para la que, aunque no sabía cómo sería, mi familia y la educación que recibí tanto en el colegio como en la Monteávila me prepararon para ella.

Me gradué en el 2011 (lo digo y me siento tan mayor) y han sido 12 años de mucho movimiento de vida. Salí de la universidad con mi título de Licenciada en Educación Preescolar y decir de dónde venía me abría las puertas en cualquier lugar, lo que me hizo darme cuenta de que la elección de estudiar ahí fue desde el inicio la correcta. Buscaba un lugar pequeño, en el que no fuera una alumna más, sino donde sintiera que había un hogar y gente con la que pudiera compartir el inicio de mis deseos más fuertes, de materializar aquello con lo que sueñas cuando eres niño y te preguntan qué quieres ser cuando seas grande. Yo quería ser maestra. Fueron 5 años de mucho estudio, y ahí entendí lo que estudiar significaba, porque siempre me etiqueté como “malísima estudiante” hasta que todo lo que tienes que estudiar es fascinante.

El primer año de la carrera fue el más complejo, era de adaptación y de querer comerme el

mundo. Participé en el UMUN y me fui con el equipo a México a representar la universidad. ¡Fue de las mejores experiencias de mi vida! Le doy el mérito de desarrollar en mí la capacidad de comunicación que tengo ahora.

Además de las cosas emocionantes propias de la vida universitaria, hubo algunas otras cosas igual de maravillosas, pero un poco más complicadas. En esa época nació “El Movimiento estudiantil”, con el que todos los estudiantes de las universidades del país lucharon por la democracia, por tener el espacio de disfrutar de aquello que estábamos forjando en las aulas. Fue increíblemente placentero ser parte de aquellas batallas tan históricas, a la vez que fue triste ver a tantos no sobrevivir a la lucha.

Lo recuerdo con nostalgia y me pregunto si valió la pena para algo, sobre todo cuando te lo preguntas a 6.990 kilómetros de distancia.

Cuando ya era toda una licenciada, trabajé 3 años como maestra de prekinder y kínder en un colegio llamado Insight, fue mi bautizo absoluto y me descubrí reiterándome en mi vocación, pero algo me faltaba, quería más. Así fue que me enamoré de la metodología de un colegio en particular: el Colegio Integral el Ávila, un lugar de esos que tienen todo lo que imaginas cuando piensas en el cole perfecto, pero me faltaba una cosa antes de tocar la puerta: saber hablar inglés. Para mí esto sonaba imposible, pero ya la vida me había sorprendido tanto, que lo intenté con toda mi energía. Me fui a estudiar en Boston, MA, otra de mis escuelas de vida.

Regresé de nuevo a Venezuela en el 2015, y sí, unos meses después, logré entrar a trabajar en el Colegio Integral El Ávila como maestra de kínder en inglés y español, y por las tardes trabajaba para English for Kids (el currículo soñado de cualquier maestra de preescolar). Sin embargo, duré un par de años, porque una vez más quería seguir escalando y descubriendo qué más había preparado el destino para mí. 

En el 2017 me casé y decidimos venir a vivir a Madrid, España. Empezar de cero, de nuevo, dejar atrás todo lo que había sido mi hogar, todo lo que conocía, todo lo que me hacía sentir segura… ¡Qué duro fue! Pero a pesar de que me hubiese gustado no tener que verme obligada a salir corriendo, no cambiaría esta decisión, porque hay un antes y un después para mí, para mi forma de ver el mundo y entender la vida. Entendí el esfuerzo de mi familia por darme la mejor vida posible, es de ahí de dónde vienen las verdaderas oportunidades y el verdadero motor que me sitúa en donde estoy ahora mismo.

Hace 3 años y medio comencé a trabajar en Smartick, y así como el Colegio Integral El Ávila era todo lo que imaginaba, Smartick me genera el mismo sentimiento: “Estoy exactamente donde quiero estar”. Es una forma distinta de ser profesora y ha sido una experiencia innovadora. Smartick es un método online que trabaja con Inteligencia Artificial, para enseñar matemáticas, lectura, programación, ajedrez, entre otros, a niños entre los 4 y los 14 años. 

Aquí tengo 2 funciones, la primera es “Atención Pedagógica para Latinoamérica”, en donde trabajo atendiendo inquietudes de los padres sobre el desempeño de sus hijos dentro de la plataforma, con respecto al plan de estudios y la desmotivación que aparece de forma normal en cualquier proceso. Además de esto desarrollo la función, en el departamento de traducción, de generar las adaptaciones en español latino de todos los ejercicios que creamos.

En mi proceso constante de búsqueda y de necesidades ocultas dentro de mí, comencé a buscar un máster que además de hacer más amplio mi perfil en LinkedIn, me hiciera genuinamente acercarme a esos lugares a los que quiero llegar, pero que aún no defino. A ellos los considero como niveles bloqueados dentro de un videojuego. Sabes que están y que serán más complejos, pero no tienes idea de qué tratan… 

Siento una pasión profunda de seguir realizando cosas que me mantengan dentro del mundo pedagógico, y es porque la experiencia me ha enseñado que no hay niños iguales, que hay miles de realidades y que siempre debo estar preparada para enfrentar cualquier situación, siendo un apoyo importante para las familias y sobre todo una guía en cuanto a empatía, cooperación y entendimiento, sobre todo en una época tan cambiante, con una pandemia en el camino que dejó un vacío emocional, social y académico en tantos niños alrededor del mundo. Es nuestro momento de reconstruir el futuro de los que tienen en sus manos la responsabilidad de hacer del mundo un lugar mejor. Es un trabajo de equipo y generacional.

Por todo esto, realicé un máster que me dio la doble titulación de “Máster en Psicología infantil y adolescente” y “Máster en Coaching y en Inteligencia emocional para niños y jóvenes”.

Recuerdo con mucho cariño los pasillos y salones de clases de mi alma máter, a mis profesores que me enseñaron tantas cosas. Cuando estaba estudiando mi máster leí las teorías y conceptos de coaching y liderazgo de quien fue mi profesor, Alfredo Gorrochotegui, y me sentí orgullosa de él, y de haber sido su alumna en la Monteávila. 

Recuerdo las conversaciones profundas con el Padre Pantin, a los que fueron mis compañeros, que muchos ellos, después de tantos años, siguen siendo mis amigos.  

Recuerdo las empanadas del kiosco que estaba afuera de la universidad frente a la zona industrial, el espacio de la comida en donde profesores y alumnos compartían como iguales.

Recuerdo el pingüino de Bonice (ahora conocido como Casimiro) cubriéndonos de las bombas lacrimógenas que nos lanzaba la Guardia Nacional, así como la ronada que daba el mejor cierre a un ciclo de vida que fue perfecto. 

Tengo 36 años, y aunque siga pasando el tiempo, jamás olvidaré de dónde vengo, ni cada uno de los bloques que me construyeron, y uno de estos sin duda fue mi universidad Monteávila.